Existe una antigua enseñanza, conocida en las antiguas Escuelas Iniciáticas y Filosóficas, que dice que el universo se encuentra regido por leyes naturales que permiten el equilibrio de todas las formas de vida existentes. Dichas leyes dan orden a todo lo creado. Todo está enmarcado en estas leyes, que rigen desde las galaxias hasta las células de nuestro cuerpo. Lo Macro y lo micro.
Así como hay leyes físicas, también existen leyes que afectan nuestra mente, emociones y
espíritu. Tales leyes son siete y se denominan principios universales o leyes herméticas. Estas leyes se basan en un principio fundamental: todo lo que existe es energía; de acuerdo con la vibración de cada ser humano, la percepción y decodificación de dicha energía será diferente.
Las leyes siempre están en funcionamiento. Seamos conscientes de ellas o no, vivamos en armonía o no con las mismas, siempre están presentes en el planeta, y en nuestra vida. Por ello, conocer las mismas, nos permite contactar con nuestra divinidad, mantener nuestro centro y ser conscientes de cada paso que vamos dando en este camino que es nuestra vida.
Hoy, nos detendremos en una de ellas, la ley del Ritmo. Inhalar, exhalar. Nacer, vivir, morir y nacer otra vez. Todo en este universo tiene un ritmo. En nuestras vidas, todo va moviéndose en un ciclo natural. Esta ley nos muestra que todo es dinámico, que todo esta en movimiento y cambio constante y que no se necesita retener nada.
Siempre existe un momento para accionar y otro para descansar, así como el día y la noche. Transitar estos ciclos, dinámicos, desde la conciencia, permite comprender cuantas repeticiones se encuentran en los mismos, y reconocer estas repeticiones facilita la renovación y el perfeccionamiento de la forma de vivir.
Podemos observar la ciclicidad en su pura esencia en la naturaleza, a través de las estaciones y su funcionamiento cíclico: hoy vivimos el frío del invierno, momento de reposo e introspección, luego vendrá el florecimiento de primavera para dirigirnos al calor del verano y luego ingresar al momento del otoño, para desprenderse de todo lo que no se necesite, y regresar así nuevamente al frío invernal.
Todo se repite, siempre de maneras diferentes, con ánimo de perfeccionamiento. Todo en la Tierra es cíclico. Y el ser humano también transita diferentes etapas desde el nacimiento, infancia, adolescencia, adultez y madurez.
La naturaleza nos muestra su vivencia ordenada y armónica de la ciclicidad, y contactar con esa sabiduría natural es la invitación para todos los seres humanos. Los filósofos antiguos comparaban a la Humanidad con un enorme ser vivo, en la que cada individuo es como una célula. Ese gran ser a veces está despierto y a veces duerme, tiene momentos de meditación, de enfermedad y de esparcimiento.
Ahora bien, en esta analogía con la tierra, de ser vivo, cono lo somos nosotros, ¿nos permitimos el descanso, el frenar y observar que sucede en lo individual, en lo colectivo, que sentimos, que nos pasa con eso que sentimos? El frenar a veces nos conecta con la atemporalidad, y desde allí se puede observar que ciclo estamos transitando y de qué forma lo estamos viviendo, que aprendizajes están apareciendo, y cuanta conexión se está teniendo con la propia integralidad.
Te invito a que te tomes el tiempo de ver un atardecer, verás que la naturaleza “repite” magistralmente sin descanso, pues sabe que, aunque hoy despide al sol, mañana volverá a amanecer. Tómalo como hábito cada día y ello te facilitará observar los ciclos de tu vida. Todo tiene un inicio y una final. Y después todo vuelve a empezar.
Nota de Laura Barros
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